El deseo

El deseo nos mueve, enreda nuestros sentidos, los atrapa. Acelera nuestro ritmo; mirar, tocar, ser tocados, sentir.
El cuerpo se convierte en un mapa de ruta, donde lanzarse hacia blancos perfectos, lascivos; como desbocados seres que se buscan entre cercanos alientos.

Meteoros que entran en una cálida atmósfera y estallan sin romperse; derretidos cuerpos que se encuentran y se abrazan.
El deseo, pasión en el pulso; bocas que muerden calando hasta los huesos, reptando por venenosos labios de lujuria.
El deseo corrompe nuestro ego, extrae nuestro yo más íntimo, más dulce, más fiero, loco y cretino.

El deseo, el único cansancio que no cansa pidiendo cuerpos salvajes, sumisos.
La sed que no nos seca la fuentes y nos moja cual placentero vino.

El deseo que habita en nosotros liberando todos nuestros sentidos.
No quiere cárcel, sino muerte lenta y castigo; nos convierte en pecadores sin alma, siluetas enlazadas al mismo sino.

El deseo apaga el olvido, enciende la carne mustia y nos libra del vacío ensordecedor que gritan las solitarias habitaciones, las anchas camas y el solitario destino.
El deseo nunca cierra la puerta ni echa pestillos.
Abrid; abridle los brazos, y rendíos…